Hoy
no he podido llamar a un amigo como hacía todos los años el 24 de febrero, para
felicitarle por su cumpleaños y charlar un rato, ha sido ver el día y acordarme de inmediato, como todos los años, pero esta
vez he sido consciente de que nunca más podré volver a hablar con él porque
Salva nos dejó el 20 de enero.
De
la manera más inverosímil, una enfermedad de las llamadas raras se lo llevó, de
la forma más cruel, con una degradación tan rápida del cuerpo y la mente, que no
se puede asimilar, es una de las peores pesadillas pero que ha ocurrido de
verdad y eso lo cambia todo y a todos, aunque la vida sigue y eso es lo que siempre
oímos que se dice en estos casos, este duro golpe nos ha dejado una enorme y doliente
secuela en nuestros corazones, todos estamos tocados, tristes, apenados, echándole
de menos. Pero imaginar cómo está Jesús, me duele horrores, cada uno volvemos a
nuestras vidas y no tiene ni punto de comparación a cómo se encontrará, está solo,
en su casa le falta su presencia, su voz, su risa, su complicidad, su alegría, su
calor, su amor, en definitiva le falta todo él, cómo podrá sacar fuerzas para seguir
adelante y vivir día a día con su ausencia.
Hasta
hoy no he tenido fuerzas para contar lo ocurrido, porque hablar de Salva, significa
que jamás podremos recordar juntos todo lo vivido desde el instituto hasta
nuestro medio siglo de la actualidad, la mayoría coincidirá conmigo en que
Salva tenía una memoria prodigiosa para recordarnos todo lo ocurrido en
aquellos años en los que no parábamos de vernos contando las horas esperando en
el banco comiendo pipas, cuantas charlas sentados en los escalones de un portal
de la calle Jeromín,(también comiendo pipas), cuantas tardes en el Santa Teresa
con un café o un carajillo, soñando con arreglar el mundo, o jugando al billar,
cuantas partidas de mus en los bares o en su casa, cuando no estaban sus
padres, cuantas cuitas amorosas o más bien desamorosas nos contábamos, pues
mucha suerte de jóvenes no teníamos siempre quedándonos con quien no sabía ni que
existíamos, tanto era así que una vez llegamos a un acuerdo, si a los cuarenta
años ninguno de los dos habíamos encontrado pareja, viviríamos juntos al menos
para compartir gastos, cuantas intimidades, secretos, opiniones, consejos, otra
cosa no hacíamos pero hablar, hablábamos por los codos.
No
todo era tan bonito, que también tuvimos broncas, enfados, y discusiones, de unos con otros y todos con todos, unos más y
otros menos, pero nunca fueron a nada más, al poco tiempo todo se olvidaba y
pelillos a la mar.
Con
el tiempo se convirtió en el alma del grupo, el que hacía porque nos viéramos,
el que organizaba las quedadas de los últimos años, en definitiva él nos
mantenía unidos, en todas las pandillas siempre hay alguien así y nunca nos
damos cuenta hasta que como hace casi un mes le perdemos.
Ahora
al echar la vista atrás y recordar tantas cosas que no puedo concretar porque
serían muchísimas, me identifico con la canción, cuando la pena caer sobre mí quiero
encontrar la niña que fui y busco entre mis recuerdos cada momento que nos
parecía siempre igual pero en el fondo era algo especial, días sin prisas
tardes de paz.
¡Amigo mío, siempre estarás entre mis recuerdos y jamás te olvidaré!