viernes, 12 de marzo de 2010

El metro historias, curiosidades y rarezas en un mundo subterráneo

Hace un tiempo decidí que los viernes haría huelga de coche, y acudiría a mi trabajo en transporte público, a los que les guste conducir se de antemano que no comulgarán con esta idea, pero para mí es la mejor decisión que he tomado nunca, hasta el humor me cambia los viernes y no solo por la llegada del fin de semana.

A las horas que lo utilizo, no sufro de apretones, aunque vaya de pie, tardo menos que en el coche, alguno pensará que si tanto me gusta por qué no lo hago a diario, pues por una sencilla razón, me sale bastante más caro. Gasto unos 37.-€ de gasoil en dos meses, pues solo recorro 24 km diarios, y si me comprara el abono B1 me costaría 53,70.-€ al mes, y el bono combinado de 10 viajes para metro-metrosur-trenecito cuesta 14,50.-€, total que no me sale rentable.

Aún así he institucionalizado los viernes a mi gusto como si fueran días semifestivos y los he bautizado como San Libro, San Paso Frío o San Me Mojo si Llueve o Nieva, pero me lo paso pipa y voy la mar de bien.

Será porque lo hago con gusto, pero voy disfrutando de mi corto viaje, con un libro que solo leo los viernes, es pequeño y fácil de llevar, pero no avanzo más que un par de páginas en cada trayecto y cuando llego a casa me digo pues lo voy a acabar, pero me freno y lo dejo para disfrutarlo más el próximo viernes. (en casa tengo otro libro de cabecera que leo por las noches en diario, y al ser de trama similar, y autores del mismo país, hay veces que creo estar leyendo uno y en realidad es el otro)

Bueno a lo que voy, siempre entrar en esa gran boca de metro es una aventura no como si viajara al centro de la tierra pero casi, empiezo por saludar a la repartidora de periódicos, a la que el primer día rehusé coger uno, pues yo quiero leer mi libro, y desde entonces yo le doy los buenos días y ella jamás me contesta.

Una vez paso los tornos me encuentro con el Regalador de Sueños (vendedor de la ONCE), siempre voy pensando hoy le compro un cupón, pero cuando me estoy acercando es como si me diera corte y paso de largo pensando que he dejado pasar una oportunidad única de hacerme rica.
Bajo por uno de los mejores inventos del mundo, Las Mágicas Escaleras Deslizantes, que te transportan de una planta a otra suavemente, miro el panel que indica lo que falta para que llegue el próximo tren, me posiciono en el andén donde de más luz para empezar a leer, y en dos renglones aparece el Dragón Sin Fuego, relleno de personas y personajes curiosos y variopintos (lo mismo pueden pensar de mi), entro y si es un día de suerte, me siento, y si no pues voy de pie que son 10 minutillos como mucho.
Por las mañanas leo tranquila, pues todo el mundo va en silencio, medio dormido, y yo me sumerjo en la historia que me tiene enganchada en vistas de lograr llegar al final y descubrir el pastel, llego a la estación para hacer el transbordo, y unos minutos antes la gente se recoloca alrededor de las puertas para salir como alma que lleva el diablo, pero antes hay que sortear el muro humano que no se aparta, para dejar salir antes de entrar, yo me lo tomo con calma, pues salgo muy temprano para no ir agobiada, cuando por fin logro enfilar la escalera de subida, lo hago a pie, por lo de ejercitar un poco piernas y glúteos, y me voy fijando en la gente que sube por la escalera mecánica, la imagen que se me ha quedado hoy en la retina es la de dos señoras que corrían escaleras arriba como posesas, con los brazos en alto, como si fueran por un río y no quisieran mojar el bolso que llevaban en una mano y una bolsa en la otra, y una cara de velocidad que ni el mejor corredor de fondo debe poner cuando hace el esfuerzo máximo por llegar a la meta, me han recordado a esos dibujos animados en los que salen con las piernas haciendo un círculo y como si les persiguiera el Monstruo de los Abismos, y todo para llegar al mismo sitio al que he llegado yo a paso normal, cuando de repente las veo que en lugar de montarse en el trenecito, se quedan paradas en la puerta esperando no se sabe qué, y pienso, para eso las prisas?

Cuando vuelvo, la cosa es más relajada, la gente no corre, y va contando sus historias, a veces son tan increíbles que debo leer varias veces la misma página pues estoy más atenta a lo que cuentan a mi alrededor que a la historia que llevo entre las manos (si ya lo se es de mala educación escuchar las conversaciones ajenas, pero es que hablan muy alto y no lo puedo evitar)

Siempre he pensado que se podrían hacer muchos cortos o pelis o libros con las historias que se escuchan, las curiosidades y rarezas que surgen en el metro y su mundo subterráneo.

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