miércoles, 16 de diciembre de 2009

La vie en rose

A los ocho años y porque en mi cole la profe que estaba muy al loro de si veíamos bien la pizarra o nos lloraban los ojos mientras leíamos un libro, nos recomendó que visitáramos a un oculista. El primero me tapó un ojo al más puro estilo Pirata del Caribe, pues decía que lo tenía vago, después me pusieron unas gafas con un cristal fino para un ojo y mucho más gordo para el otro, tanto que se me marcaban de tal manera en mi prominente nariz que más parecía llevar un tatuaje de dos pisadas de elfo a cada lado del tabique nasal. Después llegaron los cristales reducidos, y pasé de las marcas de la nariz a la de los lados de los ojos, siempre se empeñaban en ponerme unas gafas más pequeñas que mi cara, y al final parecía que llevaba una careta con gomas.

Cuando ya tuve novio (que fue algo tarde porque no tenía mucha prisa) y al tener el mismo un amigo óptico me convencieron entre los dos para usar lentillas, por aquel entonces me recomendaron las duras, que era como meterse una lenteja en el ojo, notabas a cada parpadeo una líja, pero todo fuera por la imagen, lo más divertido era quitártelas, pues salían disparadas como proyectiles contra el espejo, y como no estuvieras atenta la perdías fijo, lo peor es que si abusaba muchas horas de ellas, se ensuciaban con la grasa natural del ojo y al final parecía que todo estaba lleno de bruma como si estuviera en Londres.

Como no me sentía muy a gusto con las lentillas volví a las gafas convencionales, y de repente en mi trabajo dicen que nuestra colaboradora opera de la vista, y ni corta ni perezosa, me pongo a la cola del láser. Y en dos semanas guardo las viejas gafas en el fondo de un cajón, ya puedo ir a la playa, salir del agua y ver donde está mi toalla, mi familia, no piso a ningún niño, ni ningún juguete, no tengo que llevar gafas de repuesto en el coche, veo por la noche y las luces tanto de farolas como neones ya no me hacen chirivitas, total una maravilla de la ciencia, pero como todo lo bueno, un día va y se acaba.

Recuerdo al oftalmólogo como el Hada Madrina de la Cenicienta diciéndome: “a las doce todo se convertirá en lo que era”. La traducción a la realidad fue: “antes de tiempo tendrás vista cansada”, y se ha cumplido.

Ya me costaba ver las cosas nítidas de cerca, por ejemplo por la noche en la cama para leer un libro estiro tanto los brazos que luego tengo agujetas, si tengo que enhebrar una aguja utilizo el invento del enhebrador alámbrico y sobre todo no puedo leer la letra pequeña de los frascos o prospectos.

Así que de nuevo a por unas bonitas gafas, que siempre hacen más interesante, (eso decía un amigo mío que se compró unas con los cristales normales) de momento solo las debo utilizar para cerca, pero claro otro peso muerto al bolso (este tema del bolso ya lo desarrollaré en otra ocasión pues da para otro comentario).

De todas formas he pasado casi diez años disfrutando de la vida en vivo y en directo, sin ninguna pantalla por medio que me la distorsionara o me protegiera, según se mire, podía sentir el viento en mis ojos (aunque a veces me entrara arenilla o motillas), con miedo a que me saltara aceite si estaba guisando, o me cayera colonia si no apuntaba bien con el pulverizador, ahora paso a un término medio, puedo seguir disfrutando de no llevarlas de continuo, pero más pronto que tarde volveré a ver todo a través de un cristal, espero que sea para ver siempre la vie en rose.

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