martes, 3 de noviembre de 2009

Ángel de la Guarda, dulce compañía.

Cada vez que vemos a nuestros sobrinos (los oficiales y los postizos) nos damos cuenta de lo que corre el tiempo, de cuando eran bebitos a como van creciendo y afianzando sus personalidades, que por otro lado son tan diferentes que cualquiera diría que en el caso de los oficiales, son de la misma familia.
Yo que soy adulta sin hijos, acostumbrada a vivir en una paz y tranquilidad, algo muy inusual para una familia con churumbeles, cuando paso unos días con nuestros sobrinitos, sólo veo peligros por todas partes, por eso desde mi humilde opinión creo que ser padre es el trabajo más duro, paciente, largo y peor remunerado que conozco. Lo mío es un rato y hay veces que sufres tanto viendo que se van a romper que prefieres no mirar.
Y estoy de acuerdo con los padres cuando dicen que dan mucho trabajo, que cuesta mucho criarlos pero que a veces te los comerías, y otras te arrepientes de no habértelos comido. Me pregunto como serán dentro de 10 o 20 años.
En nuestro caso el mayor, como casi siempre, salvo excepciones, es el más responsable, y aunque de vez en cuando le de una pájara y se le crucen los cables, es un niño de 8 años con muchas cosas de viejales, se expresa, y gesticula como un adulto, debe ser porque el primogénito hasta que no tiene hermanos pasa mucho tiempo aprendiendo y escuchando a sus padres, abuelos y tíos, tanto que cuando le viene un hermano pequeño, se porta con él como un padre para defenderle o una madre para mimarle.
El pequeño, tiene 4 años largos y como casi siempre, salvo excepciones, es el que crece a la sombra de un hermano mayor, el que hereda la ropa, los juguetes, las habitaciones, y suele ser el más mimado, al que hay que darle todo lo que se le antoje, por su condición de menos responsable, pero como él lo sabe, se aprovecha de ello. Si lanza la primera torta a su hermano y éste va a devolvérsela siempre se oirá una voz que diga: “no le pegues que es pequeño”, por eso se hará fuerte y dará unos manotazos a lo Bud Spencer, porque nadie será capaz de devolvérselas. Además no conoce ni el miedo, ni el dolor, monta en bici sin mirar hacia delante, como si Juan y Manuela, se cae y se levanta como un muñeco de goma con un resorte, se tira al suelo jugando al fútbol, y da la impresión de que las duras losas fueran un colchón de plumas.
De verdad pienso que a cada niño una mano invisible les pone un casco en la cabeza para que no se rompan la crisma, los acolchan con escudos invisibles para que reboten cuando se caen o se dan contra algo duro, en definitiva pienso que tienen un Ángel de la Guarda que al igual que nosotros disfruta de su dulce compañía y no les dejan solos ni de noche ni de día.

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