domingo, 8 de noviembre de 2009

El patito feo o la Cenicienta (el desenlace)

Vaya, vaya, vaya, lo que hacen unos trapitos mejores, un maquillaje lo tapo todo y un peinado a lo caniche (que no a la Duquesa de Alba).
Era mi primera puesta de largo, ya que ni siquiera en mi boda llevé el típico traje de novia, sino uno a la altura de las espinillas (de las piernas, no de la cara) esta vez sólo era la hermana del novio, pero bueno me dije, como no tengo más hermanos voy a caer en todo lo típico y tópico de estas cosas, y que como ya digo nunca había probado, mas que nada para no seguir escuchando eso de ¡anda ya que la ocasión lo merece¡ y ¿cuando te vas a ver en otra igual?
Después de quejarme mucho, andar y patear para encontrar algo con lo que no me sintiera demasiado ridícula, pasé a sentirme plenamente una neófita en el tema de mejoras de fachadas para la mujer.
Dos días antes de la boda fui a hacerme la manicura, de verdad que para la mayoría de las mujeres será algo normal, pero yo descubrí un mundo de ilusión y placeres escondidos, creía que ibas allí te limaban las uñas, las pintaban y listo, pues no, primero si que te las liman, en redondo o cuadrado a elegir, después te las meten en agua caliente con alguna pócima milagrosa, luego te dan vaselina (no penséis mal) para ablandar la cutícula que son esos pellejillos que si te los muerdes se van conviertendo en los coloquialmente llamados “padrastros” sigue la fiesta de los sentidos dándote una crema hidratante acompañada de un masaje dedo por dedo, falange por falange y entre los nudillos, que incluye también interior y dorso de la mano, ahí se te caen los palos del sombrajo y piensas que sólo por esto ya merece la pena venir.
El mismo día del evento, fui a que me maquillaran y peinaran, antes de maquillarte otro masajito en la cara, mola tanto que a punto estuve de quedarme frita y no abrir el ojo cuando me trajeron el espejo para que me viera después de ponerme no sé cuantas capas de pintura sobre una ampolla mágica que es para que te dure mucho más. Una vez restaurado mi rostro igual que un mueble viejo después de barnizar, tocaba peinarse, me pulverizan el pelo con un superspray invisible pero que moja, y armada con unos cepillos redondos y la pistola secador-quema cuero cabelludo, te pasas otra hora mientras van sacando de mi pobre y finústico pelamen unos rizos a lo Shirley Temple, aquella niña super repipi llena de bucles a la que yo envidiaba cuando era una mocosa, pues esos rizos no se deshacían nunca, tras unos cuantos consejos míos a la profesional del cabello, cosa que no la sentó demasiado bien, pero como yo no me conoce ni mi madre, al final obtuvo el resultado que ella no creía que podría sacar de la pobre materia prima que yo la ofrecía, y que a mi me asemejó más a una coliflor o caniche.
Después de toda la mañana en ese centro de restauración, me planto mi traje a lo princesa de cuento, me adorno con el joyerío de bisutería, me doy un toque de eau de parfum, me calzo mis nuevos zapatos de tacón y chúpame la punta y me cuelgo mi bolsito de juguete donde no cabe ni un alfiler, y ya estoy lista para que me pasen revista.
Menos mal que tenía que estar entretenida haciendo fotos y grabando, y así no me acordé que la gente posaba en mí sus miradas, para opinar cómo iba la hermana del novio, luego llegaron los saludos, mientras me sentía observada, olisqueada, besuqueada, y escuchaba los comentarios que nunca sabré si eran sinceros o de cumplido, pues todos decían lo mismo, pero aún así prefería no creerlos (la mayoría mienten como bellacos), yo en estos casos prefiero si algo no me gusta hablar del tiempo y muchos dijeron que hacía frío.
Pero si eran sinceros y no mentían, está claro que con pasta y en manos de profesionales cualquiera puede parecer lo que no es, (no, no me refiero a una pilingui, mal pensados) por eso tengo claro que están basados en hechos reales tanto el cuento del Patito Feo como el de la Cenicienta, pues es como me sentí con tanta adulación.

Por cierto todo salió como se esperaba, y lo pasamos bastante bien.

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